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Viaje al centro de la vida eterna

Operación eternidad

Bibiana Ricciardi, Revista Viva, 28.02.16

En  Scottsdale, una pequeña localidad de Phoenix, Arizona, Estados Unidos, existe un laboratorio desde el que se trabaja por la inmortalidad: Alcor Life Extension Foundation. Se presenta como una fundación sin fines de lucro que promete intentar extender la vida de sus miembros. Pretensión tan inmensa que deja fuera de proporción cualquier sede física en la que se desee insertarla. ¿Cómo debería verse el lugar en el que se guardan personas congeladas? Alcor no ha pretendido competir con la imponencia de los cementerios. Y tal vez en este detalle esté la filosofía propia de los militantes de la criopreservación: la apuesta es por la vida. El lugar se asemeja más a una clínica suburbana que a un cementerio. Aunque allí, dentro del edificio cuadrado, mediano, anodino, similar a los otros de la cuadra, hay guardadas en tanques de metal 141 personas crionizadas.  Sin embargo, ningún gesto arquitectónico de grandilocuencia acompaña la irreverente propuesta.

A raíz de la diferencia horaria entre los estados de Los Angeles y Arizona la cronista de Viva llega a Alcor con una hora de atraso. Marji Kleim, asistente de Max More, el CEO de la Fundación, la recibe con la promesa de que intentará que la entrevista con su jefe pueda hacerse igual. Un living de recepción, revistas sobre la mesa ratona, la estética continúa la lógica del centro de salud. Ventanas vidriadas internas permiten adivinar un laboratorio y un quirófano. La asistente acerca un libro, un par de publicaciones. Su mirada escapa hacia una puerta abierta donde se ve a un hombre de mediana edad, rubio, íntegramente vestido de negro, concentrado en la pantalla de su computadora.

Con cierta incomodidad por lo inusitado de una visita que se ha escapado del libreto habitual, Marji propone un tour por las instalaciones.El recorrido comienza en el quirófano. En una camilla, debajo de la clásica campana de luces, un maniquí con respirador protagoniza la escena. Marji explica –con frialdad mecánica– el procedimiento que se aplica cuando llega un “paciente”, tal como eligen llamar a los cuerpos crionizados.El quirófano tiene una ventana de vidrio fijo que permite observar el procedimiento desde afuera. ¿Quién querría ver ese cuadro? ¿Los familiares acompañarán la criopreservación del ser querido desde allí? Marji contesta que no, que casi nunca. De hecho sólo recuerda un caso. “El de una enfermera que presenció el procedimiento de extracción de cabeza de su marido”, comenta como saboreando el rechazo que lee en los ojos de su interlocutora. Y agrega que la misma viuda, aunque aún no ha necesitado el servicio, está anotada para seguir los pasos del difunto.

Más que más. Es evidente que el doctor Max More entrará en algún momento. La mirada de su asistente se dirige continuamente hacia la puerta de ingreso. Cuando finalmente el director de Alcor se presenta, lo hace sin anunciarse, como si quisiera medir si es reconocido por la cronista. Max More no nació con esa conjunción hiperlativa tan sorprendente por nombre (la traducción del inglés podría ser más que más): se llama Max O’Connor. Cada detalle en él luce un cuidado extremo. Ropa negra ajustada al cuerpo y el borde de la manga de su remera elevado por encima de los bíceps. Musculatura trabajada. Clava una mirada penetrante, extiende su mano.  Nada es espontáneo en sus movimientos. El show parece haber comenzado.

 

La idea de criopreservar a una persona en el momento de su muerte con el fin de esperar a que la ciencia encuentre una cura para su enfermedad, no es nueva. Desde los ‘70 se especula con esta posibilidad. Tal vez desde antes, si se da crédito al mito que indica que el cuerpo de Walt Disney (muerto en 1966) está congelado en algún lugar. Mera leyenda: la familia del creador del Ratón Mickey investigó, sí, sobre criopreservación biológica, pero la opción final fue el crematorio. La técnica usada en Alcor es la de la criónica. Una vez declarada la muerte de la persona, se extrae la sangre del cuerpo y se la reemplaza por una solución refrigerada que se inyecta a través del corazón. La solución se distribuye así a lo largo del cuerpo, penetra las células de todo el organismo y evita la cristalización. Los cuerpos criopreservados son luego colocados en contenedores de acero y enfriados con nitrógeno líquido a 196 grados bajo cero. Una manera de detener la descomposición del cuerpo y dejarlo como en suspenso. La misma técnica que se utiliza para la conservación de embriones, células, etcétera.  

No son pocos los científicos que visibilizan hoy la posibilidad de cura de enfermedades terminales en un futuro no muy lejano. Entonces, ¿por qué resignarse a morir de algo sólo porque ese algo se presentó poco antes que su cura? Los humanos hemos perdido la capacidad de resignación ante lo inevitable. No nos conformamos tan fácil. ¿Por qué permitir el envejecimiento del cuerpo? Y esta pregunta se ha extendido desde los quirófanos de cirugía plástica hacia los laboratorios. Ya nadie se conforma tampoco con “lucir” joven. La piel tersa puede conformar al espejo pero los músculos igual pierden tonicidad y el cerebro, rapidez. Quienes eligen la criónica especulan a su vez con hallazgos tecnológicos que permitan detener y hasta revertir el proceso de envejecimiento. Porque la propuesta no es vivir para siempre pero en un cuerpo viejo.“No traeremos a nadie de vuelta hasta que no le podamos garantizar el rejuvenecimiento”, sostiene Max More, parado junto a un enorme cilindro metálico vertical dentro del cual caben cuatro personas paradas, y cinco cabezas apiladas en su núcleo central. Hay en total unos diez cilindros iguales en la sala iluminada con un tenue reflejo violeta que refuerza el dramatismo de la puesta en escena. Desde la sala de reuniones de la empresa una ventana interna permite observar los cilindros. Una postal futurista que remite más a una película clase B que a un espacio mortuorio.

 

El laboratorio es de acceso frecuente. Hay un tour al que se puede acceder con sólo pagar los 500 dólares de la admisión. Las visitas son dos veces por semana. Los más asiduos concurrentes son los estudiantes de Medicina de una universidad cercana, que deben elegir entre hacer una visita al crematorio, al cementerio o a Alcor, y por supuesto eligen la última opción.

–¿Vienen los deudos o los amigos del paciente a visitar a su ser querido, como cuando se va al cementerio?

–No, no realmente –contesta More–. Muy pocas veces. Estamos pensando en hacer de esto un lugar un poco más acogedor.

Sin embargo, ante la misma pregunta, un rato antes, Marji había arriesgado otra respuesta: “La mayoría de los miembros son personas solas”. Sorprende la revelación. ¿Los solitarios desean más prolongar su vida que las personas que tienen afectos cercanos?

–Y si son personas solas, ¿cómo hacen para avisarles a ustedes en caso de riesgo de muerte?

–Todos nuestros miembros llevan una pulsera y un collar metálicos que indican que en caso de riesgo de vida se debe dar parte inmediata a Alcor –aclaró Marji.

–¿Y ustedes comienzan con el operativo en un centro asistencial?

–Sí, un equipo de Alcor se traslada para iniciar el procedimiento, que debe ser inmediato. Antes, los médicos de los centros de salud tenían alguna resistencia pero ya no. Incluso muchas veces nos piden de quedarse para observar el trabajo.

El proceso. La tarea de los médicos de Alcor comienza en el preciso momento en que la persona es declarada muerta y desciende su temperatura corporal. “Muerte legal”, si traducimos directamente del inglés. “Constatación de óbito”, según dice la legislación local. Concepto controvertido. Muerto, casi muerto. Sin actividad cardiorespiratoria, pero también sin muerte cerebral. Para que el cuerpo no entre en descomposición se lo conecta a una máquina cardiorespiratoria que permite recuperar respiración y circulación. Pero al mismo tiempo se le administran drogas anticoagulantes y otras tendientes a evitar que se reactiven sus signos vitales.

Existen dos procedimientos posibles: crionizar todo el cuerpo o sólo el cerebro. En este último caso se extrae toda la cabeza asumiendo que no hay mejor envase protector para el cerebro que el propio cráneo. Doscientos mil dólares la opción completa, ochenta mil la parcial. Por ese dinero, que se abona al momento de tomar la decisión, se garantiza a un mismo tiempo el congelamiento y el descongelamiento. “Traer de vuelta al paciente”, según el eufemismo que eligen utilizar en Alcor. Hay en este momento cerca de 2.000 “miembros” que firmaron los seis contratos previos y pagaron el dinero correspondiente para ser criopreservados al momento de su “casi muerte”. Por la misma tarifa se obtiene también la cura del mal que haya llevado al paciente a la instancia terminal, o el reemplazo de el o los órganos dañados o enfermos por otros sanos, o hasta por nuevos órganos generados a través de impresión 3D.

Alcor ofrece diversas formas de pago. La más cómoda es la de endosar el seguro de vida a nombre de la fundación. Una solución casi sin costo para los miembros locales, ciudadanos de un país en el que el seguro de vida es de uso bastante generalizado.

Otra opción es la del pago con bonos o acciones, que presenta una ventaja extra: una vez despertado, curado y rejuvenecido, al paciente se le devolverían sus acciones bancarias iniciales. “Vale decir que estaríamos logrando aquello que los mismos egipcios se propusieron al enterrar a sus faraones momificados y rodeados por su propio tesoro para que pudieran usarlo en la otra vida”, comenta risueño Max More. El doctor More ríe, sonríe, pero se toma muy en serio su trabajo. De hecho ha llegado a ser CEO de la Fundación porque primero fue simple “miembro”, cuando en los ‘90 se acercó interesado por crionizar su cuerpo si algo le pasara.

–¿Y usted planea criopreservar sólo su cabeza o el cuerpo entero?

La pregunta lo descoloca. Desarma su sonrisa, endurece la mirada y dice:

–En caso de que tuviera que morirme...

–Bueno, la muerte no es evitable.

–Estoy convencido de que vamos camino a vencer la muerte. Y al paso que va la tecnología, confío en que podré ser testigo directo. Podremos detener el envejecimiento y sucederá mucho antes de lo previsto.

–¿Qué hay de malo con morirse?

–Nada, de malo nada. Sólo que disfruto mucho la vida y no veo por qué debería aceptar que se termine. Los humanos aceptamos demasiado mansamente la muerte. Nos resignamos a aceptar que la vida se terminará sin detenernos a pensar qué podemos hacer para que esto no suceda.

–Usted es miembro desde los ‘90. ¿Qué ha reservado? ¿Cabeza o cuerpo?

–Cabeza –acepta finalmente a regañadientes–. Habrá múltiples maneras de brindar al paciente un cuerpo nuevo. Lo único irreemplazable es la cabeza. Es la cabeza la que guarda toda la información.

–¿Entonces, según su concepción, la identidad está en la cabeza?

–Podemos pensar el ejemplo de una persona a la que se le corta la médula, queda cuadripléjica, pero sin embargo sigue teniendo su identidad, personalidad, memoria.

Max More tiene respuestas para todo. Apura una solución a cada dilema que se le acerca, siempre en un tono gentil, sonriente. Filósofo de origen, él mismo aclara que no es por su profesión que lo convocaron para el puesto que ocupa sino por su capacidad de gestión, organización y negociación. No necesita decirlo: cada una de sus movidas son cuidadosas jugadas de ajedrez. Se le nota que comienza a disfrutar por fin de la forma en que aquello por lo que luchó ha comenzado a ser al menos creíble.

“En los ‘70, una persona tenía un accidente de tránsito, se le detenía el corazón, se le tomaba el pulso, no tenía y se lo decretaba muerto. Hoy sabemos que gracias a la Reanimación Cardiopulmonar lo podemos revivir. Bien, con la criónica pasará igual. Hay un paso más para evitar la muerte. La criopreservación es el equivalente a reanimar a alguien con muerte súbita y llevarlo a una unidad de cuidados intensivos en una ambulancia especialmente equipada; con la diferencia que estamos ofreciendo la posibilidad de llevarte a una UTI, digamos, 50 o 100 años más moderna que la actual, donde idealmente se podría reparar todo. Hoy la mayoría de las compañías aseguradoras –agrega More– aceptan que se endose la póliza a Alcor para cubrir los gastos del servicio. Vale decir que estamos hablando de un costo fácilmente accesible para buena parte de la población. Un costo menor al del café diario en Starbucks.”

Lógica económica irrefutable. El servicio que ofrece Alcor no es caro si si se compara con lo que ofrece a cambio. A priori sería válido suponer que muchos ciudadanos estadounidenses y de otras partes del mundo también (de hecho tienen pacientes de todo el planeta) podrían endosar sus pólizas o ceder acciones a cambio de una esperanza. Por tenue que fuera. La luz al final del túnel. Entonces, ¿no son pocos los 141 miembros actualmente crionizados? More asiente. Y arriesga una hipótesis. “La mayoría de las personas no acepta la incertidumbre.” O sea, la experiencia le ha demostrado que la mayoría de sus congéneres prefiere la certeza de la muerte a la incertidumbre de una cura probable. Ríe ahora sí abiertamente. Este ha sido un descubrimiento que lo ha dejado perplejo. Casi no existen limitaciones para acceder al servicio. Ni siquiera el dinero. Sin embargo, hay que firmar una serie de contratos y consentimientos que dejan claro que, por ahora, no se ha comprobado nunca que se pueda desarrollar con éxito este procedimiento. No se ha traído a nadie de vuelta aún. Y esta incertidumbre parece ser más difícil de soportar que la certeza de una muerte segura.No existe límite alguno para acceder al servicio. Tal vez sólo podría pensarse como límite el tamaño corporal excesivo de algún paciente, o un daño cerebral irreversible.  De hecho, en Alcor, además de personas, hay mascotas crionizadas.

No hay ningún argentino en el lugar. “Creo que tampoco ningún latinoamericano no estadounidense”, señala More.

 Tiene una sonrisa entre irónica y comprensiva lista para aparecer con cada uno de estos datos que sabe que despiertan curiosidad extra. Aunque aclara que sí hay un cirujano argentino en el equipo de trabajo, pero no puede darnos su nombre. Comenta que hay personas de distinta procedencia, algunos de los cuales sus familiares han permitido que se conociera sus nombres pero la mayoría no. El anonimato forma parte de las reglas del lugar.

“Tenemos algunas personas famosas que pueden tener enemigos, no queremos que venga nadie a hacer alguna tontería aquí.”

 “Aquí”, remarca él. 

Y es inevitable pensar en el tiroteo sucedido en diciembre en San Bernardino, un pequeño poblado californiano a unos 500 kilómetros de Scottsdale. La fundación no es ajena al país que la alberga, a los tiempos que corren.

Afuera el sol tibio del otoño de Arizona enceguece las pupilas. Un grupo de niños sale de la escuela, pocas personas caminan. Los estacionamientos de los centro comerciales están semi vacíos. Cae la tarde en ese barrio de casas residenciales, bonitas, prolijas, de jardín al frente, similar a muchos otros centros urbanos periféricos de clase media acomodada de los Estados Unidos. Un vecindario que alberga en su patio trasero una zona de empresas pequeñas y medianas. Max More no es ajeno a que la imagen del lugar no es todo lo grandilocuente que le gustaría que fuera. Habla de remodelaciones, de ampliación. Para vender mejor su producto incierto deberá apelar a múltiples estrategias. El filósofo que habla de vida eterna y sueña con vencer a la muerte, sabe que debe exhibir mejor sus herramientas para seducir a nuevos miembros.

http://www.clarin.com/viva/Viaje-centro-vida-eterna_0_1528647538.html

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