¿Es posible imaginar un futuro?
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La familia biológica es una institución protegida por la ley, estimulada por las religiones monoteístas y alimentada por el mercado como parte de la oferta del consumo y el éxito -tener es también "tener una familia". Es dentro de las familias donde suceden la mayor parte de los abusos en la infancia o adolescencia, donde se produce y reproduce la violencia machista. Y sin embargo, la familia se reinventa y resiste como idea de refugio cuando hace flexibles los vínculos y fuertes las responsabilidades, cuando se fuga de ese cuadro de la normalidad que se bajó hace rato, cuando se funda en el cuidado mutuo y no en la mera transmisión de tradiciones anquilosadas.
Por Laura Rosso y Guadalupe Bracuto Verona, Página 12, 6 de diciembre de 2019
Las redes que armamos y desarmamos a lo largo de la vida conllevan un valor y un poder capaz de generar otras maneras de sensibilidad, otros modos de juntarnos. Son entramados que resignifican roles tradicionales para trasladarlos a otras estructuras afectivas. Redes que no se alejan de las complicaciones que traen aparejadas los vínculos biológicos, pero que tampoco las niegan, sino que las asumen. Espacios en los que nos fortalecemos y nos reconocemos. Porque no siempre es posible acudir a los vínculos biológicos, a las bases, al lugar de origen o a la descendencia: a veces esos espacios están repletos de ausencia. O, sencillamente, no hay nada en común con los vínculos de sangre más allá de lo genético y eso no alcanza para sentirse parte de una familia.
Entonces, los sentidos familiares se buscan, se eligen, se descubren, se generan y son fundamentales para enfrentarse a un día a día las más de las veces hostil, donde el amor se esconde o se vuelve arisco.
Y en esa fuerza y compromiso reside la politicidad de estos nexos: Qué proyectos de vida se decide llevar adelante y cuáles no, en qué momento y con qué consecuencias. Y es ahí cuando se trata de diseñar configuraciones de un modo sólido y responsable que implica, además, bancar el lado B. Una ida y vuelta, un compromiso adquirido para colectivizar afectos como formas posibles de expandir la idea de parentesco, de cuidado recíproco, de pertenencia.
Las redes que se tejen contemplan refugio en el sentido más amplio. Son ecosistemas que devienen más reales y concretos cuando quienes los conforman se comprometen a responder a la demanda del día a día: cuidado, protección y contención emocional.
En esta coyuntura, el refuerzo de los vínculos de contención —y nada líquidos— aparece como una de las pocas certezas. Se cristalizan redes que no temen poner cuerpo y mente en situaciones que exceden lo cotidiano y responden a las excepciones, están presentes en lo problemático, porque sus integrantes se saben ajenxs o expulsadxs de las estructuras tradicionales que se suponen preponderantes.
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