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Lecturas para pensar: "La difícil facilidad del verbo oír"

Univ. Nacional del Oeste
Texto recomendado: "La difícil facilidad del verbo oír" de Artur Da Távola
PROF. ATILIO TARNOCZY

Deseo compartir con ustedes un texto que creo, es maravilloso, un verdadero análisis de lo que actualmente nos ocurre en la comunicación. Los dejo pensando.
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Uno de los mayores problemas de la comunicación, tanto la de las masas como la interpersonal, es cómo el receptor – o sea, el otro – oye lo que el emisor – o sea uno,– ha hablado.

En un noticiero, o en una simple charla o debate, la misma frase permite diferentes niveles de entendimiento.

En la conversación ocurre lo mismo. Raras, rarísimas, son las personas que procuran oír exactamente lo que la otra está diciendo.

Observen que:

1- En general el receptor no oye lo que el otro habla: oye lo que el otro no está diciendo.

2- El receptor no oye lo que el otro habla. Oye lo que imagina que el otro iba a hablar.

3- Oye lo que le gustaría oír que el otro dijese.

4- Retira del habla de la otra apenas las partes que tengan que ver con ella y la emocionen, agraden o molesten.

5- Oye lo que ya escuchó antes y coloca lo que el otro está hablando en aquello que se acostumbró a oír.

6- El receptor oye lo que pueda adaptarse al impulso de amor, rabia u odio que ya sentía por la otra persona.

7- Oye del habla del emisor apenas aquellos puntos que puedan tener sentido para las ideas y puntos de vista que en el momento la estén influenciando o tocando directamente

8- Oye lo que quiere oír.

9- En una discusión, los discutidores oyen apenas lo que están pensando para decirlo enseguida.

10- Una persona oye lo que ya pensaba respecto de aquello que la otra está hablando.

11- Oye lo que confirme o rechace su propio pensamiento. Vale decir, transforma lo que el otro está hablando en objeto de concordancia o discordancia.

Lo que hay en general, o son monólogos simultáneos canjeados a guisa de conversación, o son monólogos paralelos a guisa de diálogo. Hasta puede haber diálogo sin que, necesariamente, exista comunicación. Puede haber hasta un conocimiento de dos sin que necesariamente haya comunicación. Esta sólo se da cuando ambos polos se oyen, claro está, no en el sentido material de “escuchar”, sino en el sentido de procurar comprender en su extensión y profundidad lo que el otro está diciendo.

Oír, por lo tanto, es muy raro. Es necesario limpiar la mente de todos los ruidos e interferencias del propio pensamiento durante al habla ajena.

Oír implica una entrega al otro, una dilución en él. De ahí la dificultad que las personas inteligentes efectivamente oigan. Su inteligencia en funcionamiento permanente, o su hábito de pensar, evaluar, juzgar y analizarlo todo interfieren como un ruido en la plena recepción de aquello que el otro está hablando.

No es sólo la inteligencia lo que embrolla la audición plena. El acto de oír es perturbado por otros elementos. Uno de ellos es el mecanismo de defensa. Hay personas que se defienden de oír lo que las otras están diciendo, por verdadero pavor inconsciente de perderse a sí mismas. Precisan “No oír” porque “No oyendo” se libran de la rectificación de los propios puntos de vista, de la aceptación de realidades diferentes de las propias, de verdades ídem y así en adelante. Se zafan lo nuevo, que es salud, pero que las aterroriza. No oír es, pues, un sólido mecanismo de defensa.

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