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Lecturas para Pensar: "La Perspectiva. Pasado, Presente y Futuro"

AÑO 2014

Lecturas para Pensar: "La Perspectiva. Pasado, Presente y Futuro"

En un mundo convulsionado por la crisis en Asia (sobretodo en Kiev), las réplicas de la primavera árabe, el brote de virus Ébola en África, los argentinos hemos sabido nuevamente, cultivar nuestro karma de condenados a ser protagonistas. De alguna u otra forma, somos un país que interconecta eventos de trascendencia internacional, pero nunca operando desde la periferia. En esta edición, un breve repaso de los acontecimientos de este año y un texto que separa como debemos interpretar y protagonizar nuestros pasos.

ANUARIO. El 2014 estuvo fuertemente marcado por la tendencia al recambio. Zonas determinadas por la agenda global como países no alineados a la centralidad de Occidente tradicional -EEUU y la Unión Europea- marcaron su resurgir. Es importante destacar que en el mundo se vivieron momentos de profundas tendencias separatistas (Escocia, Catalunya, Ucrania, Sudán, etc) pero la “desunión”, si el oxímorón lo permite, es parte de un resurgir de “la unión”.

Mencionaremos algunos hechos breves en materia de Derechos Humanos para reflexionar sobre este año.

- La ONU se pronuncia a favor de proyectos de ley que permitan la unión civil entre personas del mismo sexo. “Defiende (marca el Informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos) que la importancia de otorgar igualdad de derechos a homosexuales y heterosexuales se traduce en estas iniciativas”. Actualmente, la Argentina es uno de los 17 países que poseen la figura del Matrimonio (difiere en peso de la mera unión civil) amparada en su Derecho. Fue el 10mo país en promulgar esta norma y el 1ro en América Latina.

- El Comité Selecto del Senado sobre Inteligencia de Estados Unidos publicó un estudio sobre las técnicas de tortura e interrogación utilizadas por la Agencia Central de Inteligencia en la última década.

- La Comisión Nacional de la Verdad (Brasil) —que investiga los crímenes del último régimen militar— entrega su informe final a la presidenta Dilma Rousseff y considera que la aplicación de la ley de amnistía de 1979 es incompatible con el derecho brasileño y el orden jurídico internacional.

- Estados Unidos muestra al mundo su peor faceta racial. Se registraron saqueos en Ferguson, Misuri, y manifestaciones por la muerte violenta del joven afroamericano Michael Brown a manos del policía Barren Wilson el cual le dio 6 balazos dos de ellos en la cabeza. El hecho tendría su réplica tras la muerte del “mantero” de 43 años y padre de seis hijos, Eric Garner en Nueva York. También afroamericano.

- Estela de Carlotto encontró a su nieto, Guido, tras 36 años de búsqueda. Nacido en cautiverio y entregado en adopción durante la última dictadura militar. Es el nieto recuperado Nº 114. Medios de todo el mundo publican la noticia.

- Comienza el desmantelamiento de la base de Guantánamo promovida por la administración federal de Obama. Prisioneros de esta base, son enviados a Uruguay en el marco de negociaciones entre ambos países.

- Los premios Nobel de la Paz son entregados a la joven estudiante pakistaní Malala Yousafzai y al indio Kailash Satyarthi (personas de dos naciones tradicionalmente enemistadas). «Por su lucha contra la represión de los niños y jóvenes, y por el derecho de todos los niños a la educación» rotula el galardón.

Personalidad destacada

El Papa Francisco renueva su pasaporte argentino en febrero y pide que se lo entreguen sin ningún tipo de privilegios. Pocos sabremos lo determinante que serán sus viajes y reuniones a lo largo de este año para el orden mundial.

En Mayo viaja a Tierra Santa y logrará el gesto histórico de las tres religiones más importantes del mundo (cristianismo, judaísmo y musulmán) reunidas en Jerusalén por un pedido de paz ante el Muro de los Lamentos.

Será crucial su participación en las negociaciones entre las FARC y el gobierno colombiano en período de elecciones en dicho país.

Beatificó 124 mártires coreanos, en su visita pastoral a Corea del Sur.

El Pontífice hace autocrítica y reconoce que algunos católicos “no experimentan su pertenencia a la Iglesia” debido a la burocracia y a lo “poco acogedor” de las estructuras y del clima eclesial. Para ello impondrá avances en la Curia poniendo a discusión la mayor renovación de la Iglesia Católica en siglos.

Será clave en la reducción de la tendencia alcista del evangelismo en América Latina. Uno de los mayores escenarios es Brasil, donde incluso una militante evangelista disputó la presidencia con amplio margen de aceptación.

El cierre de año será coronado con la mayor exposición y mayor auge de popularidad cuando EEUU y Cuba anuncian el fin del bloqueo económico que azota la isla de hace más de 50 años. Barack Obama y Raúl Castro agradecerán las gestiones del argentino por todos los canales del mundo. El Papa Francisco humildemente, menciona que todo nació bajo un “Tenemos que hablar” durante el entierro de Nelson Mandela. Pero para entonces, el Papa (el cual no asistió por cuestiones protocolares) ya había estrechado lazos entre ambas naciones y había sido uno de los más fuertes precursores de dicho acercamiento.

La Interpretación y el Protagonismo
Frente a todos estos datos. ¿Cómo podemos interpretar nuestro presente? ¿Cómo debemos recordar este 2014? ¿Qué debemos esperar de este 2015?

De ninguna manera pondremos a discusión quién fue el mayor intérprete y protagonista de este año. Sin lugar a dudas nuestro argentino Papa Francisco no es solo reconocido en su propia tierra por dicha condición.

Si analizamos qué es lo que los hace mejor intérpretes, y qué es lo que hace que personalidades como las de Jorge Bergoglio protagonistas, es el divino arte de realizar las cosas, y eso parte de una convicción.

A los simples mortales, la próxima lectura, nos puede brindar un pequeño puntapié.

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Lo que me quede de vida
Todos estamos en tiempo de descuento desde el instante mismo en que nacemos. De igual manera que los individuos, las sociedades se articulan en torno a tres categorías temporales: pasado-presente-futuro

El moribundo al que, en su lecho de muerte, le comunicaran la noticia de que le ha tocado el premio gordo de la Lotería Primitiva, probablemente sonreiría melancólico. Casi en el otro extremo del arco de la vida, los adolescentes suelen sentirse invadidos por una intensa alegría cuando reciben el más insignificante de los halagos. En medio, las diferentes edades componen una variada paleta de colores en cada uno de los cuales encontramos una diferente tonalidad (esto es, una manera propia de reaccionar ante cuanto de bueno nos va ocurriendo) de lo que acaso podría denominarse un color universal. Con todo, valdrá la pena no perder de vista los dos primeros ejemplos. Porque en su exageración —y en su contraste— ilustran sobre la eficaz presencia en todos nosotros de un mecanismo, de un dispositivo estructural, con el que administramos nuestras expectativas, deseos y horizontes de futuro en general.

Se equivocarían por completo, a mi juicio, quienes redujeran todas las diferencias a una dimensión meramente cuantitativa, como si los cambios que, con la edad, se van produciendo en las referidas actitudes de los individuos tan solo estuvieran en función del volumen de tiempo vital disponible por parte de cada uno. No quiero rebajar, quede claro, la importancia de ese dato. Pero la misma es más subjetiva que objetiva: desde un punto de vista material es obvio que todos estamos en tiempo de descuento desde el instante mismo en que nacemos. Intento explicar, pues, de lo que creo que se trata.

Llega un momento, de variable ubicación según las circunstancias de cada cual, en el que las personas tienden a dejar de hablar de su vida o de la vida en general como una totalidad, como un ámbito abierto, indefinido —cosa que hacían de manera paradigmática cuando, pongamos por caso, se referían a la vida que tengo por delante— para pasar a utilizar una expresión de apariencia sólo un poco diferente, pero de contenido sustancialmente distinto: lo que me quede de vida. El detonante del cambio puede ser de diversa naturaleza: un severo quebranto de salud, el traspaso de una fecha simbólica, el abandono del mundo laboral, la pérdida de un ser querido... En todo caso, lo importante no son tanto esas realidades en sí mismas (todo el mundo se jubila, a mucha gente le toca celebrar un cumpleaños con una cifra cargada socialmente de fuertes connotaciones negativas, constituyen legión aquellos a los que el cuerpo ha dado un serio aviso, no hay forma humana de evitar los duelos simbólicos o reales por las personas a las que perdemos para siempre de una u otra manera, etcétera) como la interpretación que de ellas hacemos y, en consecuencia, la forma en que nos sentimos movidos a reaccionar.

El historiador francés François Hartog ha propuesto, para referirse al ámbito general de la historia, una categoría, la de régimen de historicidad, que tal vez podría resultarnos de utilidad para lo que estamos intentando plantear aquí. Un régimen de historicidad es el modo particular en que se articulan las tres categorías temporales: pasado-presente-futuro. Es la manera de construir el tiempo que tiene cada sociedad según sea la preponderancia de una de estas categorías por encima de las otras (sería esto lo que organizaría la experiencia del tiempo). Pues bien, no resultaría demasiado aventurado afirmar, con todas las puntualizaciones y matices que hagan falta, que lo que vale para una sociedad vale también para los individuos, y que en la conciencia de estos resuena, de manera inevitable, la forma en la que la época que les ha tocado vivir tematiza la temporalidad.

Lo característico del mundo actual es su presentismo. El presente es “caníbal”, lo devora todo

A este respecto, lo característico del régimen de historicidad de las sociedades contemporáneas es su presentismo. El dominio del presente sobre el resto de categorías temporales es tan poderoso que a este presentismo actual Hartog ha resuelto denominarlo “caníbal”. En efecto, el presente ha terminado por devorarlo todo. El pasado es visto como un país exótico, de esos a los que, si se mantuviera la costumbre (no estoy al tanto), irían de viaje de novios los recién casados para asombrarse ante sus rarezas y curiosidades, pero al que en ningún caso visitarían como una realidad con la que identificarse ni, menos aún, de la que aprender. ¿Y qué decir del futuro, del que, desde que la cultura punkie lo diera por muerto (no future) no ha hecho sino acrecentar su condición de tiempo de amenazas, cuando no directamente de catástrofes, y del que, por tanto, conviene mantenerse alejado o, de ser posible, retardar al máximo su llegada?

Los efectos de la resonancia de este esquema sobre la conciencia de los individuos resultan devastadores, como tenemos sobrada ocasión de comprobar a diario. Pero tanto las evocaciones más gratas o reconfortantes como los más positivos anuncios o promesas adquieren, ineludiblemente, su correspondiente carácter sobre el trasfondo de una visión de lo pasado y de lo venidero que los activa y carga de sentido. A fin de cuentas, ¿cómo entender la satisfacción de quien cree haber llevado a cabo lo correcto sino como la adecuación de esto al plan de vida que al propio sujeto le parece deseable? Y, cuando miramos hacia adelante, ¿qué es lo que provoca que nos colme de ilusión una determinada buena noticia sino el hecho de que la consideramos como síntoma, indicio o indicador de un futuro mejor, tal vez repleto de éxitos de todo tipo o incluso rebosante de felicidad (por ahí va la reacción adolescente a la que se aludía en el arranque del artículo)?

El amor posee una capacidad de revelación: derrama luz sobre el tiempo de quien lo vive

De ahí que, entre otras razones, el amor haya acabado siendo tan disfuncional en esta época. Porque, siguiendo con la simetría temporal, por una parte, el amor impugna la obsolescencia del pasado que intenta imponer por decreto el presentismo (una de las primeras tareas a las que, casi sistemáticamente, se aplican los enamorados es a la de elaborar el relato de cuándo se conocieron, esforzándose por no considerar ese momento como una contingencia sin valor, sino como lo más parecido a un designio, cuando no a un destino). Pero, por otra, el amor se proyecta hacia el futuro con una fuerza, con una energía, desmesuradas, casi inhumanas (de hecho, la vocación de eternidad, la incapacidad del enamorado de ni tan siquiera imaginar el final de su amor, así como el consiguiente te querré siempre, resultan consustanciales a la experiencia amorosa). En ese sentido, bien podría afirmarse —no sin cierta audacia categorial, hay que admitirlo— que en último término el amor constituye un específico régimen de historicidad individual, una particular manera, alternativa al antes mencionado canibalismo del presente, de organizar los tiempos del alma humana.

Frente a esto, la abrasiva esterilidad del presentismo se hace patente en múltiples momentos. Así, por poner un ejemplo, el sexo será mero alivio —apresurado desahogo— o privilegiada oportunidad de tocar el cielo con las manos en función del marco global de sentido (o sinsentido) en el que se le inscriba (a fin de cuentas, ¿no era de esto de lo que trataba la tan denostada —acaso en exceso— Nymphomaniac, de Lars von Trier?). Pero tal vez cuando dicha esterilidad se hace, si cabe, más evidente es cuando se proyecta sobre el pasado. Recuerdo, con una sensación en el linde con la vergüenza ajena, la atrevida insolencia, la temeraria pretenciosidad con la que aquel joven filósofo comentaba hace algún tiempo el consuelo que algunas personas encuentran en la evocación de la felicidad pretérita. Refiriéndose a la balsámica frase “que me quiten lo bailao” escribía, muy suelto, el pensador en ciernes: “Infelices. Nada se le puede quitar al que nada tiene”. Infeliz quien fue capaz de escribir algo así, pienso yo ahora. El presentismo que, probablemente sin saberlo, el tal filósofo representaba se empeñaba en negar una evidencia, la de que nada consigue derrotar a la alegría por la vida vivida.

Por eso, por cierto, el que ha amado profunda e intensamente deja un rastro, imborrable, de amor tras de sí. Y esa alegría por lo sentido puede con todo (incluso con la muerte, ante la que no agacha la cabeza). Esto es lo que significa, en definitiva, que el amor posee una inmensa capacidad de revelación: que, frente a la triste inanidad y la perplejidad sin remedio de aquel que se consume en la infatigable fugacidad de su presente, el amor derrama luz y verdad sobre el entero tiempo de quien lo vive (e incluso un poco más allá).

Sobre el autor: Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona.
Fuente: El País

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