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Lecturas para Pensar Especial 20 de Junio: "Manuel Belgrano en Vilcapugio"

 Especial 20 de Junio

Lecturas para Pensar: “Manuel Belgrano en Vilcapugio"

Un gran experto en remar contra la corriente fue Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. No la tuvo fácil cuando recibió lo que quedaba del desmoralizado Ejército del Norte que había sido vencido en Huaqui, en el Alto Perú. Sin embargo, a fuerza de voluntad y del importante núcleo de resueltos patriotas del norte que lo apoyaron, el exitoso abogado y economista porteño logró remontar las fatalidades y el Ejército del Norte renació en las batallas de Tucumán (en septiembre de 1812) y Salta (en febrero de 1813). ¿Próximo destino? Alto Perú.

 

Un gran experto en remar contra la corriente fue Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. No la tuvo fácil cuando recibió lo que quedaba del desmoralizado Ejército del Norte que había sido vencido en Huaqui, en el Alto Perú. Sin embargo, a fuerza de voluntad y del importante núcleo de resueltos patriotas del norte que lo apoyaron, el exitoso abogado y economista porteño logró remontar las fatalidades y el Ejército del Norte renació en las batallas de Tucumán (en septiembre de 1812) y Salta (en febrero de 1813). ¿Próximo destino? Alto Perú.

La pampa de Vilcapugio se presentó como una escala más a vencer. Las fuerzas patriotas, compuestas por 3600 hombres, tenían confianza. Aunque no estaban bien equipados, el viento a favor de las victorias previas se hacía sentir. La bandera creada por Belgrano marcaba presencia en el territorio.

El choque fue desigual en la mañana del 1 de octubre de 1813. El hostigamiento de la artillería patriota y la decidida carga de dos batallones del Regimiento de Pardos y Morenos desarmó el centro enemigo. Comenzó el desbande y no hubo realista que no pegara la vuelta dispuesto a salvar el pellejo.

Los nuestros se lanzaron en una carrera alocada, primero para empujarlos fuera del campo y luego para atrapar enemigos, pertenencias de enemigos, armamentos, animales y todo aquello que pudiera servir como trofeo. Sin embargo, surgió un sonido inesperado: una trompa sonó tocando retirada.

Sin posibilidades de comprender qué estaba ocurriendo, los patriotas pegaron la vuelta de inmediato y pasaron de perseguidores a perseguidos. El caos se apoderó de la escena. Belgrano, sorprendidísimo, actuó sin demora. Tomó la bandera, trepó a un morro y ordenó a un corneta que dejara los pulmones llamando a reunión. La imagen era imponente. Belgrano, desde la cima de un morro, con la bandera en alto, desafiando una vez más todas las calamidades.

¿Cuántos acudieron? Trescientos. Unos montaban, otros estaban a pie; algunos, más enteros, cargaban heridos. Otros se arrastraban. Allí estaban Diego Balcarce, Eustoquio Díaz Vélez, Gregorio Perdriel y también Lorenzo Lugones, quien años más tarde evocó aquella complicada tarde, la del 1 de octubre de 1813:

“El sol se había inclinado demasiadamente al ocaso y el ejército de la patria en aquella desgraciada hora reducido a miserables restos, se apiña en torno de su general: este, después de haber pasado por mil lances fatigosos, parecía que se hubiese extasiado en la contemplación de aquellos fatales momentos, con la calma que suele sobrevenir después de grandes y extraordinarias agitaciones; parado como un poste en la cima del morro y los ojos fijos, sobre un campo cubierto de cadáveres y ensangrentados despojos”.

Pero pronto reaccionó y dijo a sus hombres: “Soldados, ¿conque al fin hemos perdido después de haber peleado tanto? La victoria nos ha engañado para pasar a otras manos, pero en las nuestras aún flamea la bandera de la patria”.

El general sabía que la única oportunidad, si había alguna, era salir de ahí esa misma noche. Pero no lo haría de manera miserable ni desorganizada. No era un sálvese quien pueda, sino un salvemos a los trescientos.

“Tan luego como acabó de anochecer –escribió Lugones–, el general arregló personalmente nuestra retirada, mandó desmontar toda la poca caballería que se había reunido con don Diego Balcarce y colocó en el centro a todos los heridos que se acomodaron de a dos y de a tres en cada caballo, sin exceptuar ni el del general. Y luego encargando a un jefe, don Gregorio Perdriel, el cuidado de la columna en marcha, lo colocó a la cabeza entregándole la bandera para que la condujese”.

¿Dónde marchó Belgrano? Eso también lo respondió Lugones: “Cargando al hombro el fusil y cartuchera de un herido, se colocó a la retaguardia de todos y dio la orden de desfilar”.

Lograron evadir la vigilancia enemiga. Esa noche salieron de la boca del lobo en silencio, sacando a todos los heridos. Por delante de la columna, la bandera. Cuidando las espaldas de los trescientos, con el fusil al hombro, su comandante, el general Manuel Belgrano.

 

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Fuente: Texto Completo Blog La Nación "Historias Inesperadas" de Daniel Balmaceda

Extraído de “Estrellas del pasado”, libro del autor, publicado por Editorial Sudamericana.

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