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Lecturas para Pensar Especial 9 y 14 de Julio: "La Libertad"

ESPECIAL JULIO

Lecturas para Pensar: La Libertad

¿Qué entendían nuestros padres fundadores por la Libertad? ¿Cuál es el sentido que derivado de la revolución francesa, supo firmar nuestros primeros pasos?

Especial 9 y 14 de Julio (Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata -1816- y aniversario de la Revolución Francesa -1789-)

 

• La palabra libertad, había dicho Turgor en 1770, «Contiene en sí misma el catecismo político de una multitud» 

Lo que nosotros entendemos por Libertad, no es lo mismo que podíamos conceptualizar hacer 200 años atrás, al igual que muchos conceptos. Ser soberano en el siglo XXI escapa de la lógica de revolución e independencia en el contexto del fin del feudalismo y nacimiento del Estado Moderno. La independencia argentina guarda lógica con muchos de los movimientos revolucionarios y emplearon mecánicas similiares. La lluvia de ideas, se hizo presente en la época. La independencia norteamerica y la revolución francesa influenciaron bastante en nuestros primeros pasos como comunidad autogobernada, ya no de la soberanía descendente del Rey, sino del pueblo. A continuación, un texto de Mona Ozuof que nos permite visualizar, escuchar y pensar como nuestros padres fundadores influenciados por el espíritu de libertad, revolución y república.

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A lo largo de todo el siglo (XVIII) se había asimilado, en efecto, a hacer de la libertad la piedra de toque del buen gobierno, desde que Hobbes había planteado la pregunta de saber la forma que había que dar al Estado para preservar al máximo la libertad de cada uno. Y las respuestas que le había aportado la filosofía política, por diferentes que hayan podido ser, habían sido todas en nombre de la libertad.

Ninguna sociedad política legítima parecía entonces poder sobrepasar el consentimiento de sus miembros: la misma sumisión hobbesiana se justificaba en el argumento de que era más ventajoso hacer por la libertad el sacrificio de las libertades. La Revolución, al definirse como ruptura en relación al Antiguo Régimen lleno de servidumbres, pone la libertad, a la vez, al principio y al final de su empresa. Al principio: si puede tener lugar, es en razón de la anterioridad de los individuos independientes, capaces, porque están hechos según el patrón divino, de determinarse a sí mismos y de producir voluntariamente una sociedad.

Al final: porque su fin último es, no solamente proteger la libertad individual contra el despotismo, sino hacerla florecer.

La paradoja es entonces el destino de la libertad individual bajo la Revolución francesa, y ese bandazo hacia el despotismo que nadie ha expresado mejor que Edgar Quinet:

«Hay en estos años un prodigio que no se volverá a encontrar en ninguna parte, [...] una edad de oro escrita sobre el umbral; por otra parte, para ponerla en práctica, una implacable Némesis... Todas las historias de la Revolución giran alrededor del enigma de una libertad que inaugura un despotismo inédito. O bien ponen el reconocimiento de la libertad a cuenta de las circunstancias exteriores, imperiosas pero contingentes, manera de eludir el problema, tan pronto como aparece. O bien, revelan en los actores de la Revolución, desde sus primeros pasos, una intención despótica, la oculta intención siniestra de convertir la libertad en esclavitud. O bien, aún, cuentan una Revolución en dos actos que ilustran por turnos las dos concepciones antagonistas de la libertad producidas por la filosofía del siglo: una subordinaba los fines morales a la libertad, y no toleraba en consecuencia ninguna renuncia a este primer bien; la otra, de tradición aristotélica, sometía la vida humana a un fin virtuoso y justificaba así, por adelantado, las restricciones impuestas a la libertad. Y, en efecto, los hombres de la revolución tan pronto hacían derivar el derecho de la soberanía individual (juzgaban entonces la libertad más deseable que la virtud) como del bienestar social (juzgaban la virtud más deseable que la libertad). Ellos son, por lo demás, conscientes de realizar dos revoluciones. Escuchemos a Cambon en el momento de la discusión de la Constitución girondina: «Nosotros no habíamos hecho más que la revolución de la libertad, nosotros hemos hecho la de la igualdad encontrada bajo las ruinas de un trono».

La inmensa fortuna de esta periodización en la historiografía de la Revolución radica en la simplicidad del esquema: puesto que el bagaje intelectual de los revolucionarios comportaba dos ideas de la libertad, ellos lo han puesto en práctica en dos Revoluciones distintas. Se puede, sin embargo, apostar que las cosas no ocurrieron verdaderamente así: las representaciones de la libertad que ellos encontraban en el canastillo de la filosofía del siglo no eran tan simples; y los actos de la Revolución no se suceden uno detrás de otro como el golpe de martillo del teatro.

Las luchas políticas del siglo XVIII se habían desarrollado en nombre de las libertades amenazadas por el absolutismo. Las libertades: un prodigioso plural histórico, ilustrado por una resplandeciente literatura de Boulainvilliers a Montesquieu. No esas «libertades», sinónimo de exenciones, inmunidades, privilegios de los que disfrutaban bajo el Antiguo Régimen los comunes, las órdenes, las universidades, los cuerpos y comunidades. La garantía de estas libertades particulares parecía sustentarse en el fraccionamiento de la sociedad en estamentos intermediarios, en la cascada de los rangos, en la salvaguarda de las tradiciones, de las que la nobleza se sentía la muralla natural.

Cuando se crean las Asambleas provinciales, Loménie de Brienne defenderá aún la separación de los estamentos en nombre de estas libertades plurales, consustanciales, según él, de la monarquía francesa (cuyo trabajo a largo plazo sugería, sin embargo, una cosa bien distinta): «Sin este pero también permite salvar lo adquirido en 1789 (no se equivocaron de principios). La libertad revolucionaria no ha sido vencida por una idea falsa, sino por el anacronismo de los mediocres. Una vez analizado y conjurado este anacronismo, la libertad moderna se confirma como un movimiento irresistible y tan irreversible como la Revolución.

Se puede por tanto, concluir que Tennidor trae de nuevo sin ambigüedad los hombres y las obras a una de las libertades del siglo precedente, la libertad negativa, desligada de la virtud. Ni la liberación existencial, ni el liberalismo intelectual son capaces de arrancar a los termidorianos de la mitología activista y un animista de la Revolución.

No se resignan a conceder la libertad completa de prensa, a pesar de los discursos sobre el horror de la tiranía y las reclamaciones para que no se retrase más la libertad.

Se atendrán a una libertad limitada, en nombre de una argumentación que ya sirvió mucho y que desarrolla Louvet. La libertad aprovechará a los enemigos de la Revolución, y, además ¿por qué va a haber total libertad en el cuerpo social cuando no la hay en la naturaleza? Uno siente que estos hombres no llegan a admitir la liberalización completa del espacio político, por estar continuamente obsesionados por una representación nefasta de las división es de la opinión pública. Desearían la libertad, pero no han roto nunca con la imagen y la esperanza de un legislador que tuviera una autoridad suficiente para unificar la realidad pululante y rebelde.

La solución que encuentran a esta contradicción es bien conocida, la pedagogía. Puesto que aún es demasiado pronto para esperar en la libertad espontánea de los seres, pero como es demasiado tarde para constreñirles, queda educarlos para la libertad.

De ahí la fijación en la pedagogía en la época termidoriana. Ello demuestra que unos hombres que acaban de renunciar a la violencia de la guillotina no pueden poner su esperanza más que en la dulce violencia de la educación. Pero muestra también que no han abandonado el programa encontrado en Rousseau y en los fisiócratas a la vez.

A pesar de las voces que les advierten de dejar la sociedad a sí misma siguen mostrando también muy poca confianza en el libre juego de los intereses individuales y continúan contando con una voluntad vinuosa para organizar y dirigir lo social. No renunciaron -rasgo que les sobrevivirá en la historia y en la política francesa- a encontrar la fórmula de un a política racional.

 

Mona OZOUF.

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Fuente: Diccionario de la Revolución Francesa.

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